Autor

Tomado de Francisco Javier Durán Barceló en el Diccionario de la Real Academia de la Historia

Alfonso de Palencia, Alfonsus Palentinus. Palencia, 21.VII.1423 – Sevilla, III.1492. Historiador, secretario y consejero real.

Biografía

En el colofón autógrafo del MS UCM 128, Alfonso escribió que cumplía 49 años de edad el duodécimo día de las calendas de agosto de 1472, lo que traduce su fecha de nacimiento al 21 de julio de 1423. Alfonsus Palentinus adoptó como nombre un gentilicio. Aunque sus biógrafos decimonónicos lanzaran distintas conjeturas en cuanto a su lugar de nacimiento -entre otras localidades se barajó por error la soriana de Osma donde se conserva copia de un epistolario suyo-, no hay por qué dudar, según canta en su panegírico de 1468 el poeta italiano Paolo Marsi, que fuera originario de la sacra Palentia, ciudad que el mismo Alfonso describe en una de sus cartas latinas como “mea ciuitas”. Si bien castellano de nacimiento, exceptuando sus largas estancias en Florencia y Roma, sería en Sevilla donde ejerció la mayor parte de su actividad como humanista, lexicógrafo, traductor y cronista real. Debemos usar la cautela ante las numerosas homonimias que el nombre Alfonso de Palencia presenta en la documentación medieval. Entre otros, se ha confundido a nuestro autor con un contemporáneo suyo homónimo que fue hijo de Luis González y secretario del conde de Alba; pero las fechas y las actividades de este secretario en Alba de Tormes y en Piedrahíta son incompatibles con las estancias del humanista palentino en Sevilla y en Roma. Sobre el verdadero nombre de su familia sólo cabe hacer conjeturas. La especie “Alonso Fernández de Palencia” como mención de responsabilidad empleada por B. J. Gallardo y tras él por A. M. Fabié y otros estudiosos decimonónicos no aparece documentada en ninguno de los numerosos manuscritos autógrafos y documentos medievales referentes a nuestro “Alfonso de Palencia”. En cambio, en el Registro del Sello de Corte sí se documenta que un sobrino suyo llamado Juan de Zamudio obtuvo el cargo de blanqueador de la Casa de la Moneda en Sevilla, en 1477. Cabe conjeturar si ambos, tío y sobrino, compartían el mismo nombre familiar. Las copias de los pleitos que en la ciudad de Palencia sufrió la viuda de Fernando Zamudio contra el obispo de esa ciudad en 1480 comparten por naturaleza similares rasgos documentales y paleográficos con la merced concedida al sobrino Juan de Zamudio, gracias a la intervención de su tío el secretario y consejero real. También cabe conjeturar si los Zamudio de Palencia estarían vinculados a la familia del conde de Haro.

Nuestro Alfonso manifestó en una de sus cartas que sus progenitores fueron servidores continuos en la Casa de Velasco. A esa casa pertenecía el joven de la misma edad Pedro Fernández de Velasco, hijo del conde de Haro homónimo, destinatario de una epístola (c. 1441) sobre la educación y los estudios literarios, atribuida al obispo de Burgos Alonso de Cartagena. Precisamente el palentino relata que a los diecisiete años de edad servía al docto obispo burguense en la embajada enviada por el rey al condestable Álvaro de Luna durante el cerco de Maqueda (primavera de 1441). A partir de 1441 los recuerdos castellanos del historiador palentino narrados en el Libro I, cap. III, de los Gesta Hispaniensia pierden intensidad. Como tampoco sería fuerte la influencia intelectual ejercida por su sabio mentor burgalés. Y es que no mucho después a esa fecha se encontraba entre los familiares o domésticos del cardenal griego Bessarion, en Italia, donde residiría durante más de diez años. Allí, durante su temprana adolescencia, y seguramente en Florencia, trabó duradera amistad con el humanista Donato Acciaiuoli, traductor de la vida de Aníbal de Plutarco, biógrafo del emperador Carlo Magno, y comentarista de Aristóteles. En la ciudad del Arno recibió ayuda del librero Vespasiano da Bisticci, como él reconoce en una de sus cartas y como corrobora la caligrafía humanística redonda y cursiva del palentino en los numerosos autógrafos conservados. Un códice de Justino (conservado en la Universidad de Princeton) que ostenta en la portada el escudo de la ciudad de Florencia, sugiere que sería uno de los copistas empleados por el librero florentino. En sus obras, se declaraba discípulo de Georgius Trapezuntius de Creta. Ese discipulazgo lo tenemos que situar en Roma, donde está documentada la estancia de Alfonso con cargo como racionero de la catedral de Burgos para los años 1450 a 1453. Es por tanto casi seguro afirmar que sería uno de los asistentes -recordados por su admirado Flavio Biondo- a las lecciones que impartía Trapezuntius, a la sazón secretario del papa Nicolás V, sobre retórica, filosofía aristotélica e historiografía, en el Studio Romano. En una carta a su maestro Trapezuntius, de enero 1465, Palencia rememora su estancia en el palacio del cardenal Bessarion, en calidad de domesticum famulatum, donde pudo recuperarse de una grave enfermedad. De esas palabras se ha deducido que asistió a la famosa Academia Bessarionea, frecuentada por humanistas como Biondo y el Platina. Por entonces seguramente anotaría el códice, adquirido por Bernardo Cabrera en 1646, que contenía obras de Plinio, opúsculos retóricos de Dionisio de Halicarnaso, orationes de Esquines y Demóstenes, y otras traducciones de Bessarión.

Del palacio pontificio partió al tiempo de la toma de Constantinopla por los turcos, y del trágico final en Valladolid de don Álvaro de Luna (2.VI.1453). De este último suceso extrajo una reflexión acerca de la vanidad mundana en una epístola dirigida a Pedro de Luna. Tras regresar a España, no renovó su prebenda burgalesa. Por un documento del 6 de febrero de 1454 sabemos que la ración que tenía Alfonso de Palencia en la catedral de Burgos pasa a otorgarse a Diego Sánchez de Munilla, canónigo de la iglesia de Calahorra. Así pues, los intereses cívicos y humanísticos del joven palentino -que conocemos por la carta a un “hermano” Diego, acompañada de una memoria descriptiva de la ciudad de Roma (lamentablemente perdida, pues estaría inspirada en Alberti o en Biondo), y también por el elogio de la ciudad de Sevilla (c. 1454), en contraste con su tierra natal, enviado al arcediano de Carrión, Juan Martínez de Sevilla, de origen hispalense, le condujeron hasta la floreciente ciudad del Guadalquivir. En Sevilla, sus relaciones familiares le facilitaron un puesto como continuo en el servicio de Alfonso de Velasco, el protonotario apostólico que había pasado al estado laico para ejercer como veinticuatro y juez mayor de suplicaciones de la ciudad andaluza. A este protector sevillano dirige una epístola latina datable hacia 1453 y dedica también una narración fabulosa compuesta con motivo del fallecimiento en septiembre de 1455 del muy sabio y prolífico Alfonso de Madrigal, obispo de Ávila. Al año siguiente Palencia formaba parte del séquito del arzobispo hispalense Alfonso de Fonseca el Viejo, por cuya mediación solicita el cargo de cronista al final de la fábula Bellum luporum cum canibus, entregada al maestresala del rey, Alfonso de Olivares, compañero de residencia en el palacio arzobispal. Una merced de 1456 le confirió el solicitado cargo de cronista real, junto con el de secretario de latín, vacantes tras la muerte del poeta Juan de Mena, con un sueldo anual de 12.600 maravedís. En 1457 dedica la versión romance de la Batalla campal de los perros contra los lobos a Alfonso de Herrera, continuo como él en la familiaridad del arzobispo hispalense. Fonseca, miembro del consejo de gobierno constituido en 1457, le delega el refrendo de la buleta de Cruzada comprada por la princesa Isabel de Castilla en diciembre de 1458. En ese mismo año, compuso, en un elegante latín ciceroniano, la fábula De perfectione militaris triumphi, dedicada al arzobispo de Toledo Alfonso Carrillo; y en 1459 traduce La perfeçión del triunfo para Fernando de Guzmán, el malogrado comendador mayor de la orden militar de Calatrava. Están asentadas las libranzas de su quitación por los cargos de cronista real y secretario de latín desde los años 1456 a 1465. Durante esos años comenzaría su gran proyecto historiográfico acerca De la antigüedad de España e de las fazañas de la gente española, en veinte libros, de los cuales ha emergido recientemente (en el año 2011) la Segunda Deca, basada mayormente en Flavio Biondo y en Procopio. Una Tercia deca compendiando los principales hechos de la Reconquista narrados en las crónicas castellanas, de la que todavía nos habla en 1488, es casi seguro que no llegara a completarse. Este gran proyecto historiográfico se interrumpió cuando en los años 1464-1465 viajaba por segunda vez a Roma, donde sus intereses humanísticos se alternan con las labores de embajador y con la política, al posicionarse a favor del partido del joven príncipe Alfonso, pretendiente al trono real y en contra del partido del rey Enrique IV. Parece que a partir del año 1466 dejaría de percibir las libranzas de su quitación por el cargo de cronista real. En las Actas Capitulares de Jerez de la Frontera de los días 17 y 22 de agosto de 1468 se conservan dos peticiones, una suscrita por el propio Palencia y otra por sus protectores andaluces el duque de Medina Sidonia y el conde de Arcos, para que se le provea de pan dadas las dificultades económicas por las que había pasado su familia durante el año anterior de 1467 y el corriente de 1468. En esas Actas, se expone que disfrutaba de una canonjía en la Iglesia Colegial del Divino Salvador de Sevilla y era beneficiado de las iglesias de San Miguel y de Santiago, en Jerez de la Frontera, por lo que tenía derecho a una provisión de pan. De su difícil situación económica por aquellos años se hace eco el poeta Paolo Marsi, en unos dísticos laudatorios compuestos en el verano de 1468 y el invierno de1469, durante una visita del embajador veneciano Bernardo Bembo al duque de Medina Sidonia, Don Enrique de Guzmán, protector del palentino en Sevilla: “Debent Hispani proceres, debentque Latini. / Debet et Alfonso regia cura meo”. Las dificultades por que se hiciera efectivo su pago como cronista real al final de ese periodo motivarían una sátira de las antesalas del poder y un diálogo lucianesco entre una vieja beoda, una alcahueta y una prostituta, enviados al cronista Fernando del Pulgar. Estas obras de ficción ejercitaban géneros literarios comparables a los aprehendidos en las Intercoenales del florentino Leon Battista Alberti. La formación humanista del palentino, que tanto alaba Paolo Marsi, se manifiesta brillantemente en los temas eruditos de la correspondencia mantenida con Donato Acciaiuoli y Vespasiano da Bisticci en 1463, o en la epístola intercambiada en 1465 con su maestro Trapezuntius durante su viaje a Roma. En esa ocasión aprovechó para transcribir dos obras de su maestro: la Comparatio philosophorum Platonis et Aristotelis e In peruersionem Problematum Aristotelis a quodam Theodoro Cage editam et problematice Aristotelis philosophie protectio; también transcribió su versión latina del De Anima, aparte de rubricar y corregir otras cuatro traducciones del bizantino: la Physica, el De generatione et corruptione, y la Rethorica de Aristóteles (dos copias), y los Thesauri de sancta et consubstantiali Trinitate de San Cirilo de Alejandría (también dos copias). Todos estos trabajos proyectan en Castilla las controversias aristotélicas debatidas en el Studio Romano, cuando no reflejan el humanismo poético y retórico que distinguía a la academia platónica de Florencia. En Valencia, en un viaje datable hacia 1469, adquirió por diecinueve florines de oro aragoneses el Commentum Terentii de Donat; y en 1471 está fechado el autógrafo en pergamino de las seis comedias de Terencio que transcribió para su uso personal. Ambas obras se cuentan entre los numerosos instrumentos lexicográficos humanistas que consultó para acabar en 1472 una gran compilación de elegancias latinas, en tres libros, que tienen como destinatario al arzobispo de Compostela Alfonso de Fonseca el Joven, para quien había gestionado en 1463 un pedido de manuscritos enviados por Vespasiano da Bisticci. Una gran riqueza de fuentes léxicas genera la mezcolanza de latín arcaico, clásico y postclásico de las tres primeras décadas de los Gesta Hispaniensia ex annalibus suorum dierum collecta (c. 1477); la Decas Quarta (c. 1481); la epístola De oblitteratis mutatisque nominibus (26.VIII.1482), un compendiolum dedicado a Pedro de Ponte, secretario del arzobispo de Toledo, donde declara los antiguos nombres olvidados o mudados de las provincias y ríos de España; el Bellum aduersus Granatenses (c. 1489); así como la Epistola al obispo de Astorga, Juan Ruiz de Medina, en la que informa, al anterior canónigo de la catedral de Sevilla, acerca de la rendición de Boabdil y la conquista de la Alhambra. Su extensa producción historiográfica abarca el reinado de Juan II desde el año 1440, el de Enrique IV (1454-1474), y el de Isabel y Fernando hasta el 2 de enero de 1492. Al final de su vida se recogió en el monasterio sevillano de Santa María de las Cuevas, con intención de preparar su obra historiográfica para difundirla mediante el nuevo arte de la imprenta. Ya desde su introducción, Palencia había mantenido un contacto previo con la oficina pionera de Antón Martínez, cuando entregó en 1486 a este primer impresor sevillano su traducción del toscano del Espejo de la cruz de Domenico Cavalca, hecha a ruego de Luis de Medina, veinticuatro de Sevilla y tesorero de la Casa de la Moneda. Esta traducción piadosa le devolvería el favor real, ya que formó parte de la librería de la devota reina Isabel y de sus hijas. Más adelante, en 1488, por encargo de la reina Católica, completaría una selección del diccionario de Papías con vocablos del De verborum significatione de Sexto Pompeyo Festo, y otros artículos tomados de Nonio Marcelo, Aulo Gelio y Claudianus Osbern. En columna paralela, añadió el romanceamiento de toda la compilación lexicográfica latina en provecho de los varones que eligieron religión, “los cuales, empleados en el culto divino, no pueden más a la estrecha escudriñar las elegancias y propiedades de los vocablos latinos”. Esta vez, fueron los cuatro compañeros alemanes quienes se estrenaron en Sevilla con la impresión, en 1490, de los dos enormes volúmenes de este Universal Vocabulario en latín y en romance. En torno al mismo año deben datarse los incunables de la Batalla campal de los perros y los lobos, y La perfeçión del triunfo; y para Pablo, Juan, Magno y Tomás traduciría también los dos infolios, dedicados a Rodrigo Ponce de León, duque de Cádiz, con las Vidas de Plutarco, que contienen además biografías escritas por Donato Acciaiuoli, Guarino Veronese y otros biógrafos clásicos y humanistas (1491). En otro taller, M. Ungut y S. Polono imprimieron en 1491 los De Sinonymis elegantibus libri III; y en 1492 la Epistola ad Iohannem episcopum Astoricensem de bello Granatensi más las traducciones de la Guerra de los judíos contra los romanos y el Contra Appión Gramático de Flavio Josefo, publicadas conjuntamente con una dedicatoria a la reina Isabel; a lo que hay que añadir una segunda edición, ya póstuma, del Espejo de la Cruz, basada en la anterior de 1486. Tenemos noticia de obras que no se han conservado gracias a una “Mençión del trabajo pasado et del propósito para adelante” que nuestro autor redactó en 1488, y revisó en 1490, donde leemos: “Et aduxe a manifiesta notiçia para exemplo más acurado la Vida del bienaventurado Sant Alfonso arçobispo de Toledo. Otrosí con alguna suffiçientia conté las Costumbres e falsas religiones por çierto maravillosas de los canarios que moran en las Yslas Fortunadas. Et fize mençión breve de la Verdadera sufficiençia de los cabdillos e de los embaxadores, [...] Et assí mesmo declaré lo que siento De las lisonjeras salutationes epistolares e de los adjectivos de las loanças usadas por opinión e no por razón”. Antes de mencionar sus obras, Palencia alude a los numerosos encargos políticos cumplidos con solicitud provechosa a la sublimación de los reyes Isabel y Fernando. Las misiones a que se refiere están relacionadas en los Gesta Hispaniensia. Su método historiográfico, aprendido del maestro Trapezuntius, le compelía a narrar los eventos tras resumir las deliberaciones y los consejos que precedían a la toma de decisiones y a las acciones consiguientes, cualquiera que fuese su resultado. De modo que, frecuentemente, en Decades tres nostrae tempestatis, el historiador relata sucesos en los que ha participado en calidad de orador, mediador o embajador. Gracias a su mediación se alcanzó la concordia del año 1464 entre Alfonso de Fonseca el Viejo, y su sobrino del mismo nombre Alfonso de Fonseca el Joven, enfrentados entre sí tras haber permutado provisionalmente sus respectivas sedes arzobispales de Sevilla y Santiago de Compostela. En el verano del mismo año, el arzobispo Fonseca, refugiado en Béjar al amparo del conde de Plasencia, rogó a Palencia que viajara a Roma para defenderle ante el Papa de las serias acusaciones que contra él había vertido el rey Enrique IV. A esa embajada se sumó además la denuncia general del arzobispo de Toledo, Alonso Carrillo, y los magnates contra Enrique IV para obtener del Papa la deposición del rey. De vuelta en Sevilla y días después del destronamiento ritual del rey Enrique en la Farsa de Ávila (5.VI.1465), Palencia defendió ante los regidores de la ciudad la proclamación del príncipe Alfonso. Desde entonces, actuó como acompañante y confidente del joven pretendiente hasta su inesperada muerte (en 5.VII.1468). Tras la reconciliación entre doña Isabel y su hermano Enrique IV (Toros de Guisando, 18.XI.1468), se consagró en cuerpo y alma a favorecer el enlace de la princesa reconocida heredera del trono con el príncipe Fernando de Aragón. Viajó primero a Sevilla para conseguir el apoyo de los nobles al propuesto matrimonio. En Tarragona, culminó con éxito las negociaciones secretas con don Fernando encomendadas por el arzobispo Carrillo (1469). Tras lo cual acompañó al príncipe a Valencia, a fin de rescatar el espléndido collar de rubíes y los 20.000 florines que en concepto de arras debían entregarse a la princesa Isabel. A principios de octubre viajó desde Valladolid de nuevo a Aragón junto con Gutierre de Cárdenas, maestresala de Isabel, con el objeto de introducir al rey de Sicilia, disfrazado, en Castilla. Sus buenos oficios los confirma una carta de su mano, como secretario de los príncipes, en la que éstos informan de su reciente enlace al duque de Cádiz, Rodrigo Ponce de León (21.XI.1469). En 1471 se vio involucrado en las luchas banderizas de Sevilla entre el duque de Medina Sidonia, don Enrique de Guzmán, y el duque de Cádiz. La familiaridad de Palencia con Enrique de Guzmán mediaría más adelante en el reconocimiento por parte de éste de los príncipes Fernando e Isabel como herederos del trono castellano. Suscribe la escritura de confederación entre ambas partes (19.II.1473) el cronista palentino en calidad de secretario de los príncipes “e del su consejo”. Durante estos años Palencia viajaba incesantemente. La muerte del rey Enrique IV (acaecida en 12.XII.1474) le sorprendió en la corte zaragozana de Fernando, a donde había acudido con la misión de defender las pretensiones del duque de Medina Sidonia al maestrazgo de Santiago. Durante el reinado de los Reyes Católicos, Palencia conservó los cargos de cronista real, secretario de latín y consejero real. Desde 1476 y hasta el final de sus días se reanudó el pago de su quitación por tales oficios, pero esta vez recibió 60.000 maravedís anuales de renta, situados sobre las alcabalas y almojarifazgo de Sevilla. En 1476 y de nuevo en 1478 está datada la carta de comisión por la que el rey Fernando ordena que se haga efectiva la merced de 60.000 maravedíes anuales que se le debían a Palencia del año 1477, se paguen los del año 1478 y se anticipen los del año siguiente de 1479. También están documentadas las libranzas desde el año 1482 hasta 1492. Los años 1477 a 1480 fueron buenos para Palencia. Su sobrino Juan de Zamudio fue nombrado blanqueador de la Casa de la Moneda en 1477. Tras la proclamación sucesiva de doña Isabel y don Fernando en Segovia, da cuenta con particular satisfacción del encargo dado por el rey en Medina del Campo (1477) de marchar a Sevilla a convencer a los magnates andaluces, muy particularmente al duque de Medina Sidonia, del restablecimiento de la Hermandad popular, lo que consiguió no sin fuerte oposición y peligro de su vida. El relato palenciano concuerda con documentos conservados en el libro Tumbo del Concejo de Sevilla. En una carta de los reyes fechada el 20 de enero de 1477 en Medina del Campo, Palencia firma como testigo junto con el historiador Mosén Diego de Valera y otros. Poco después, las relaciones que envió Palencia desde Sevilla a la reina Isabel sobre los negocios de la Hermandad fundamentan las decisiones tomadas por la reina en dos cartas de creencia fechadas en mayo de ese mismo año de 1477. Palencia también estuvo en Sevilla para aconsejar a los reyes en su primera entrada a la ciudad en 1477, y en sus visitas posteriores a la ciudad. La última misión política de la que se tiene constancia fue la supervisión de los preparativos y de los gastos de las naves contratadas para la conquista de las islas Canarias, misión comisionada por la reina a Palencia y a Diego de Merlo, durante los años 1478 a 1480. Desde mayo de 1478 hasta abril de 1480 están documentadas varias comisiones ordenadas por la Reina a Palencia, al asistente de Sevilla, Diego de Merlo, y a otros, relativas a la conquista de las islas Canarias. Esa comisión canaria acabaría tras la suspensión de los tres Relatores: Palencia, Quirós y Luis Arias. Palencia escribe que su estrecha relación con la reina se deteriora durante las Cortes de Toledo de febrero 1480. Al resistirse a la voluntad de la reina Isabel por disminuir la influencia del rey en caso de morir ella primero, el cronista palentino temió que los innumerables servicios que había prestado al encumbramiento real, con infinito esfuerzo y peligro de su vida, se desvanecieran en el aire. De los numerosos servicios políticos, embajadas, comisiones y mediaciones realizados por Palencia se hace recuento, curiosamente, hacia 1481, en una versión castellana de las Décadas latinas I y II, conocida como Crónica de Enrique IV de Castilla, una obra atribuida al mismo Alfonso de Palencia, en la cual se le retrata muy favorablemente. Aquel mismo año de 1480 solicitó y obtuvo del cabildo catedralicio (en 15.IX.1480, y 2.X.1480) un lugar para su sepultura en la catedral sevillana. Se le asignó un antiguo arco, tanta para su sepultura como para que depositara allí sus libros. Lamentablemente, los viajeros decimonónicos que se interesaron por localizar esa sepultura, encontraron el arco sellado por la actual capilla de San Pedro, tras una de reforma de la catedral durante el siglo XVIII. Los archivos de Sevilla no son magros en noticias sobre el cronista real. Por un documento de 1483 (oct.-16) del Archivo de Protocolos (leg. 5.9; olim V-40; f. 5) sabemos que residía en la “morada de San Llorente” y que entre sus familiares se encontraba Juan de Zamudio, que le sirvió de escudero, y que tenía como ahijado el mercader judeo-cristiano Diego de Medina. De su posición económica desahogada da testimonio otro documento de 1485 que le exime del pago de impuestos por la importación de hasta doscientas arrobas de vino para el proveimiento de su casa. En 1488, nuestro Alfonso, o un homónimo suyo, firma como testigo en un juicio en Málaga. Por su cargo como cronista tenía acceso y sería testigo directo de las empresas militares efectuadas en Málaga y en la Axarquía previas a la toma de Granada. En 1490 está datada una relación enviada por Palencia a la reina. De sus últimos años de vida en Sevilla los eruditos sevillanos recordaban que se había retirado al Monasterio de Las Cuevas con objeto de preparar sus obras para la imprenta. Un documento del 8.V.1492 concede a sus herederos y familiares de su casa en el barrio de San Llorente, la libranza del tercio de los 60.000 maravedís de renta que le correspondían, tras su muerte, a finales del mes de marzo. Se decía que Palencia había dejado los manuscritos de sus obras historiográficas en el Monasterio de Santa María de las Cuevas, donde murió. Algunos de sus autógrafos, sin embargo, fueron enviados al obispo de Palencia, don Alfonso de Burgos, quien los donó al Colegio San Gregorio de Valladolid. Otros códices de Palencia se registran en el inventario de la librería del nuevo Colegio de San Ildefonso, en Alcalá de Henares, desde antes de 1517, posiblemente procedentes del Cardenal Cisneros. Un buen número de autógrafos de interés humanístico circularon en el mercado italiano, como los donados a la Universidad de Salamanca por el canónigo de Toledo Alonso Ortiz en 1495 y por el prestigioso helenista Hernán Núñez. Del mercado italiano proceden los autógrafos de Palencia conservados actualmente en Florencia, Roma y Palermo. En Italia adquirió Diego Hurtado de Mendoza un manuscrito palenciano que donó a la Biblioteca de San Lorenzo. Asimismo, se ha apuntado un origen italiano a los autógrafos custodiados en el Monestir de Montserrat. En cambio, los autógrafos historiográficos de interés particularmente hispano ingresarían en el Monasterio de San Lorenzo del Escorial, procedentes de las librerías de la reina Isabel y de Felipe II. Esa valiosa producción historiográfica se transmitió desde muy temprano avalada por el prestigio de que gozaba como el historiador más veraz. Así, Lorenzo Galíndez de Carvajal (1472-1528), su primer admirador y editor, al enumerar los cronistas de la segunda mitad del siglo XV, recoge un juicio sobre nuestro cronista real que hará fortuna en la transmisión manuscrita: “hornatiorem historiographum potuisset aliquando habere Hispania, sed veratiorem neminem”. Es posible que este elogio figurara ya en los manuscritos que Galíndez afirma conocer de las Décadas latinas y del Bellum adversus Granatenses, o quizás en la misma Crónica anónima de Enrique IV de Castilla. La sospecha de que conocía está obra castellana se desprende de que Galíndez en su propia Crónica de Enrique IV menciona en trece lugares las embajadas, comisiones y mediaciones encomendadas a Palencia en términos que parecen tomados de la Crónica anónima de Enrique IV. El prestigio de Palencia como historiador se mantuvo intacto durante todo el siglo XVI, como lo demuestran las copias ordenadas y corregidas por Jerónimo Zurita (1512-1580) y por Ambrosio de Morales (1513-1591); los manuscritos atesorados por Gonzalo Argote de Molina (1548-1596) y Esteban de Garibay (1553-1600); sin olvidar los traslados costeados por el arzobispo de Toledo don García de Loaysa Girón (1534-1599) y por el obispo de Zamora don Rodrigo de Castro (1523-1600). Los incunables del cronista palentino amueblaron las bibliotecas nobiliarias del siglo XVI. Sus estudios gramaticales, tan admirados por Lucio Marineo Sículo, se verían silenciados empero en el ámbito universitario por los diccionarios de Antonio de Nebrija. El romanceamiento de Josefo, hecho a partir de la versión latina de Rufino, no sería denostado por los helenistas; pero sí lo fueron las Vidas de Plutarco, basadas en elegantes versiones latinas de humanistas italianos; sobre las cuales Diego Gracián de Alderete comentó que eran más bien muertes, por ser muy “diferentes de su original griego”. Atribuidas al “cronista del rey Alfonso XII” circularon unas satíricas Coplas del Provincial recitadas en los tiempos de virulenta propaganda antienriqueña que precedió a la muerte prematura del joven príncipe Alfonso, hermanastro del rey Enrique IV. La anónima Crónica de Enrique IV que hacia 1481 traducía y resumía parte de las Decades tres nostrae tempestatis alcanzaría, atribuida al palentino, una difusión en infinito número de códices desde mediados del siglo XV al XVIII. Hasta que el interés por esta versión disminuyó, tras un informe presentado a la Academia de la Historia (6.IX.1833) por Pedro Sáinz de Baranda, quien mostró errores sistemáticos en la interpretación del calendario romano que descartaban la atribución de dicha crónica castellana a un latinista. En cambio, casi un siglo más tarde, en 1922 descubre Antonio Paz y Mèlia un autógrafo de la perdida Segunda deca de la antigüedad de España e de las fazañas de la gente española, atesorado en la biblioteca del duque de Medinaceli.

Obra

[Epistolae, 1453-1465] Epístolas Latinas, (ed. de R. B. Tate y R. Alemany Ferrer, Bellaterra, Universidad Autónoma de Barcelona, 1982); Ad Alfonsum de Velasco in funebrem Abulensis praesulis fabulosa narratio, c. 1455 (ed. crítica del MS UCM BH 133(6) de J. Durán Barceló, en Pecia Complutense, Boletín semestral de la Biblioteca Histórica de la Universidad Complutense de Madrid, año 9, 6 (enero 2012), págs. 12-35, [en línea], disponible en http://www.ucm.es/BUCM/pecia; Ad nobilissimum millitem sapientissimumque dominum Alfonsum de Velasco In funebrem Abulensis famosissimi praesulis [narratio fabulosa] c. 1455, en A. de Palencia, Epístolas Latinas (ed. de R. B. Tate y R. Alemany Ferrer); Batalla campal de los perros contra los lobos, 1457 (Sevilla, c. 1490; ed. facs. de M. López Serrano, “El incunable Batalla campal de los perros contra los lobos”, en Revista de Bibliografía Nacional, 6 (1945) págs. 249-302; ed. de J. J. Martín Romero, La “Batalla campal de los perros contra los lobos”. Una fábula moral de Alfonso de Palencia, San Millán de la Cogolla, Cilengua, 2013; De perfectione militaris triumphi, c. 1458, en A. de Palencia, De perfectione militaris triumphi: La perfeçión del triunfo, ed. de J. Durán Barceló, Salamanca, Ediciones Universidad de Salamanca, 1996); La perfeçión del triunfo, 1459 (impr. Sevilla, c. 1490; en A. de Palencia, De perfectione militaris triumphi: La perfeçión del triunfo, ed. de J. Durán Barceló, op. cit.); Segunda deca De la antigüedad de España e de las fazañas de la gente española [libros XI-XX], c. 1488 (ed. de J. Durán Barceló, Alicante, Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, 2016 [en línea], disponible en http://www.cervantesvirtual.es); De Sinonymis elegantibus libri tres, 1472 (imp. Sevilla, 24 de noviembre de 1491); Gesta Hispaniensia ex annalibus suorum dierum collecta, c. 1477, en A. de Palencia, Crónica de Enrique IV, trad. de A. Paz y Meliá, Madrid, 1904-1909 (reed. Madrid, 1973-1975, Biblioteca de Autores Españoles, ts. 257, 258 y 267; en A. de Palencia, Gesta Hispaniensia ex annalibus suorum dierum collecta, tom. 1[-2], libri I-V [VI-X], ed. y trad. de B. Tate y J. Lawrance, Madrid, Real Academia de la Historia,1998-1999; [Ad Petrum Pontanum] compendiolum de oblitteratis mutatisque nominibus prouinciarum fluminumque Hispaniae, 1482 (ed. de R. B. Tate y A. Mundó, “The Compendiolum of Alfonso de Palencia: a humanist treatise on the geography of the Iberian Peninsula”, en The Journal of Medieval and Renaissance Studies, 5 (1975), págs. 253-278); D. Cavalca, Espejo de la cruz, trad. de ~, 1486 (imp. Sevilla, 1486; 1492 (ed. de I. Scoma, Alfonso Fernández de Palencia, Espejo de la cruz, Messina, Edizioni di Nicolò, 1996); Universal Vocabulario en latín y en romance, 1488 (impr. Sevilla, 1490, 2 vols. (ed. facs., Madrid, Comisión permanente de la Asociación de Academias de la Lengua Española, 1967); Decas quarta Hispaniensium gestorum, c. 1481 (ed. y trad. de J. López de Toro, Cuarta Década de Alonso de Palencia, Madrid, Real Academia de la Historia, 1970-1974, 2 vols.); Bellum aduersus Granatenses, c. 1489, [Guerra de Granada], trad. de A. Paz y Meliá, en A. de Palencia, Crónica de Enrique IV, op. cit., 1909, y reed. cit. Biblioteca de Autores Españoles, t. 267); Plutarco, Vidas, Guarino Veronese, Vida de Platón y Aristóteles, Donato Acciaiuoli, Vida de Carlo Magno, Rufino, Epistola a Valentiniano, trad. de ~, c. 1490 (impr. Sevilla, 1491, 2 vols.); Flavio Josefo, Guerra de los judíos con los romanos, Contra Appion Gramático, trad. de ~, 1491 (impr. Sevilla, 27 de marzo de 1492; Ad reverendum in Christo patrem et doctissimum dominum dominum Joannem Episcopum Astoricensem epistola [de bello Granatensi],1492 (impr. Sevilla, 1492; en A. de Palencia, Epístolas Latinas, ed. de R. B. Tate y R. Alemany Ferrer, op. cit.).

Obras latinas no localizadas: Documentum vanitatis mundanae maximum documentum, c. 1453; Pictura Urbis Romae, c. 1454; Urbs Romanae et partes eius digniores, c. 1454; Bellum luporum cum canibus, c. 1456; Vita beatissimi Alfonsi archipraesulis Toletani, c. 1475; Canariorum in Insulis Fortunatis habitantium mores atque superstitiones profecto mirabiles, c. 1479; De vera sufficientia ducum atque legatorum, c. 1480; De adulatoriis salutationibus laudationumque epitectis opinione, non ratione usitatis, c. 1483.

Obras castellanas atribuidas: Coplas del Provincial, c. 1467 (atrib.) (ed. de M. Ciceri, “Las Coplas del Provincial”, en Cultura Neolatina, 35 (1975), págs. 39-120); Crónica de Enrique IV, c. 1480 (atrib.) (ed. de M. P. Sánchez Parra, Crónica anónima de Enrique IV de Castilla, 1454-1474, Madrid, Ed. La Torre, 1991, 2 vols.); Prisión del rey Chico de Granada, c. 1483 (atrib.) (ed. de E. Lafuente y Alcántara, en Relaciones de algunos sucesos de los últimos tiempos del reino de Granada, Madrid, Imprenta de Rivadeneyra, 1868, págs. 47-67); Relación verdadera de lo acaecido en la prisión del Rey Chico de Granada, s.l., s.f. (atrib.) (ed. de C. Caselles, en Alfonso de Palencia y la historiografía humanista (Tesis Doctoral), University of New York City, 1991.

Bibliografía

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