Autor
Tomado de Ángel Gómez Moreno en el Diccionario de la Real Academia de la Historia
Iñigo López de Mendoza, Marqués de Santillana (I), conde del Real de Manzanares y señor de Guadalajara, Gumiel de Izán, las Asturias de Santillana, la Vega, Campoo de Suso, Campoo de Yuso y Campoo de Enmedio. Carrión de los Condes (Palencia), 19.VIII.1398 – Guadalajara, 25.III.1458. Noble, mecenas y escritor en prosa y verso.
Segundo hijo de Diego Hurtado de Mendoza, almirante de Castilla y señor de Hita y Buitrago, y de Leonor de la Vega, pertenecía a dos de las casas nobiliarias más poderosas de Castilla: la de los Mendoza, con solar a dos leguas de Vitoria y ricas posesiones en Guadalajara y Madrid, y la de la familia de la Vega, oriunda de Asturias y con propiedades extensas en las actuales provincias de Asturias, Cantabria, Burgos y Palencia. De la familia materna, tomaría en el futuro la divisa Ave María, presente en el escudo de armas del marqués de Santillana. Su linaje dio grandes hombres de letras, como su abuelo Pedro González de Mendoza, que dejó fama de poeta, al igual que su propio padre; tío suyo era el canciller Ayala, historiador y poeta de gran valía, mientras Fernán Pérez de Guzmán, famoso poeta y prosista, era primo segundo.
En 1403, murió el primogénito, García, con sólo ocho años, lo que convirtió a Íñigo en heredero; en julio de 1404, falleció su padre y heredó sus riquísimas posesiones. No obstante, dada su corta edad, fue su madre Leonor la encargada de velar por sus intereses y defender su patrimonio frente a los familiares que pretendían arrebatárselos. Fueron múltiples los pleitos por sus bienes, en especial los relativos a Buitrago y el Real de Manzanares; en el primer caso, el conflicto lo causaron ciertas disensiones con los habitantes de la villa; en el segundo, la causa fue su media hermana Aldonza de Mendoza, hija del primer matrimonio del almirante. Para proteger los intereses familiares en la Corte, Leonor contó con el apoyo de Lorenzo Suárez de Figueroa, señor de Feria y maestre de la Orden de Santiago. El vínculo entre ambas familias se fortaleció al pactar el matrimonio entre sus respectivos hijos, Íñigo López de Mendoza y Catalina Suárez de Figueroa, tras obtener la necesaria dispensa papal, pues eran parientes en tercer grado.
En 1414, estuvo entre los caballeros que acompañaron a Fernando de Antequera a Zaragoza para su coronación a resultas del Compromiso de Caspe (1412). Su relación con la Casa Real aragonesa no sólo fortaleció su posición política, sino que reforzó su formación al entrar en contacto directo con la cultura catalana e indirectamente con la occitana, francesa e italiana. Ese mismo año, concretamente el 12 de junio, Íñigo contrajo matrimonio con Catalina Suárez de Figueroa, que aportó las tierras que por herencia paterna tenía en Madrid, entre ellas Daganzo, Serracines o Las Rozas. En 1416, alcanzó la mayoría de edad, al tiempo que Alfonso V, de quien el castellano era copero mayor al menos desde 1413 y de quien había recibido regalos y mercedes, se coronaba rey de Aragón; con él, mantuvo relación durante varios años más, como se revela por las cartas entre ambos, que llegan hasta 1429. En 1418, falleció su abuela, Mencía de Mendoza, a la que Íñigo recuerda en el Prohemio e carta. Eran tiempos especialmente convulsos para Castilla, dadas las disensiones entre Juan II y una parte de la nobleza que cerró filas con los infantes Juan y Enrique de Aragón, hijos de Fernando de Antequera. Íñigo estuvo junto al infante Enrique de Aragón en el que se conoce como Secuestro de Tordesillas (1420), porque tomaron el palacio real de esa ciudad e hicieron prisionero a Juan II.
En 1425, se le encuentra coaligado con otros miembros de la alta nobleza (los Manrique, los Estúñiga o los Velasco) para derrocar al condestable, que sufrió su primer destierro en 1427. Recuperada la confianza del monarca castellano, un documento expedido por la Real Cancillería en enero de 1428 le confirmaba todos sus privilegios, posesiones y derechos de su linaje. El regreso del condestable y la expulsión de los aragoneses desembocaron en una guerra entre Castilla y Aragón a mediados del año 1429, casi al tiempo que nacía el sexto hijo de Íñigo, Pedro González de Mendoza, futuro gran cardenal de España. Íñigo tomó partido por Juan II y defendió la frontera castellanonavarra en Ágreda, junto a su primo, Fernán Álvarez de Toledo, señor de Valdecorneja y más tarde conde de Alba, y junto a Pedro Fernández de Velasco, más tarde conde de Haro. Poco tardó en entrar en combate, dejando clara memoria en los enfrentamientos contra las tropas de Ruiz Díaz de Mendoza en Araviana y, más tarde, en Torote. La paz llegó en 1430, con la firma de las Treguas de Majano. Por su servicio, Juan II le recompensó con varias villas pertenecientes hasta ese momento a la esposa de Enrique de Aragón, Catalina. Tiempo era llegado de partir hacia las Asturias de Santillana a defender su patrimonio, amenazado durante su estancia en el Moncayo por Garci Fernández Manrique, conde de Aguilar y señor de Castañeda.
Un nuevo viaje lo llevó esta vez a la frontera meridional, a combatir contra los musulmanes; con todo, enfermo como estuvo en Córdoba, no participó en la célebre batalla de La Higueruela (1431). A su regreso, supo de la prisión de su primo Fernán Álvarez de Toledo y de Pedro Fernández de Velasco, dos nobles afines a sus posiciones políticas y, por ende, enemigos acérrimos del hombre que los mandó encarcelar, Álvaro de Luna. Muerta Leonor de la Vega, su madre, en septiembre de 1432, heredó la casa y solar de la Vega al tiempo que repartió varias posesiones con sus hermanos Gonzalo Ruiz de Mendoza y Elvira de la Vega con la intención de evitar unos pleitos que no cesaron hasta 1434. El período que media entre 1430 y 1437 fue de buenas relaciones entre Íñigo y un condestable hegemónico, con momentos especialmente señalados, como la boda de su primogénito Diego con Brianda de Luna, sobrina de Álvaro, en 1436; por otra parte, los pleitos con su familia fueron apaciguándose, particularmente los relativos a las Asturias de Santillana, a causa de la muerte de su hermanastra, Aldonza Téllez, en 1435. Por esa época, se inició la construcción del castillo de Manzanares el Real, ejemplo conspicuo del arte gótico civil en Castilla.
Entre 1435 y 1436 Íñigo fue emparentando, gracias a los matrimonios de sus hijos, con casas nobiliarias tan principales como las de Medinaceli, Ribera y Haro. El 20 de junio de 1436, partió a Andalucía al ser nombrado capitán mayor de la Frontera de Granada. En previsión de posibles ataques a sus intereses, recibió albalá de Juan II en que se ordenaba a todos los vasallos que se abstuviesen de pleitear con el capitán mientras estuviese en su puesto fronterizo; en 1438, Íñigo logró hacerse con la villa de Huelma. En 1439, último año de su estancia en tierras andaluzas, estuvo presente en la firma de concordias entre los musulmanes granadinos y Castilla. De nada sirvió el albalá de Juan II, ya que sus posesiones sufrieron continuo menoscabo, acaso por causa de Álvaro de Luna, responsable también de la prisión del adelantado Pero Manrique en 1437, lo que propició el retorno a Castilla de los infantes de Aragón. Con el denominado Seguro de Tordesillas (junio de 1439), Íñigo se alió contra Álvaro y a favor de la facción aragonesa, con una nueva expulsión del condestable en 1441. Íñigo participó en la liga nobiliaria de Arévalo contra Álvaro y en varios encuentros bélicos, como el acaecido en Alcalá de Henares en 1441, frente a Juan Carrillo, adelantado de Cazorla, a las órdenes de Juan de Cerezuela, hermano bastardo del condestable Luna y primado de Toledo; en esta ocasión, Íñigo resultó herido y sus huestes derrotadas. Al final, no obstante, vencieron los infantes y el condestable hubo de escapar.
La situación de Íñigo en la Corte era de hegemonía indiscutible; su patrimonio, por otra parte, se vio enriquecido gracias a la cesión de la villa de Coca por el infante Juan, ya coronado rey de Navarra. Con todo, continuaron los problemas relativos a otras propiedades, especialmente las Asturias de Santillana, que acabaron en el Pleito de los Valles en 1441. Por fin, Álvaro volvió a la Corte castellana, lo que llevó a nuevas tensiones entre la casa real y la alta nobleza, de la que Íñigo era representante señalado. Cuando los infantes volvieron a secuestrar a Juan II en el conocido como Golpe de estado de Rámaga, Álvaro e Íñigo tomaron partido por el monarca castellano; a ambos, se unió pronto Juan Pacheco, marqués de Villena y privado del príncipe de Asturias, para formar una suerte de triunvirato. El 19 de mayo de 1445, el marqués de Santillana unió sus fuerzas a las de Álvaro de Luna y, por ende, a Juan II, en la batalla de Olmedo, y puso fin a las pretensiones de los infantes de Aragón en Castilla; de hecho, en esa batalla perdió la vida el infante Enrique. Los servicios prestados por Íñigo en la frontera de Granada y en la batalla de Olmedo fueron razones para que el 5 de agosto de 1445 le fuese concedido el título de marqués de Santillana. Una de las pocas descripciones negativas del marqués se halla, precisamente, en las Coplas de la Panadera, donde su anónimo autor ridiculiza a todos los participantes en la batalla de Olmedo. Un momento crítico fue el correspondiente al pacto entre Álvaro y Juan Pacheco, marqués de Villena, que llevó a prisión a los condes de Alba y Benavente en 1448, tras el golpe de estado de Záfraga. Desde ahí, la nobleza castellana, con Íñigo al frente, inició su acoso al condestable, con la constitución de la Gran Liga en Coruña del Conde en 1449 y el acuerdo entre Íñigo, Juan Pacheco y Pedro de Estúñiga en 1450. Por otra parte, continuaba activo el litigio aragonés (sólo acabaría en 1454), con momentos de tanta actividad bélica como el que vivió Torija en 1449, con la pelea entre los hombres de Juan I de Navarra y los del marqués de Santillana y el arzobispo de Toledo. Álvaro cayó por fin; acto seguido, la nobleza castellana convenció a Juan II para que mandase ajusticiar al otrora poderoso condestable en Valladolid el 2 de julio de 1453; sin embargo, ello no evitó nuevos conflictos, en particular los derivados del poder cada vez mayor del marqués de Villena.
En 1454, Enrique IV recibió la Corona de Castilla. Íñigo, ya viejo, aún participó en varias escaramuzas contra los moros de Granada en abril de 1455; en ese mismo año, falleció su esposa y él se preparaba para bien morir haciendo testamento el 8 de mayo. Los documentos, no obstante, aún lo presentan sellando acuerdos con otros nobles castellanos o con el arzobispo de Toledo. Por fin, la muerte le llegó en Guadalajara el 25 de marzo de 1458; su cuerpo fue enterrado, de acuerdo con su voluntad, en el monasterio de San Francisco de Guadalajara, junto a su padre y su madre. Su muerte fue llorada por Gómez Manrique (su sobrino), por Diego de Burgos (su secretario) y por dos humanistas de la talla de Tomasso Morroni da Rietti y, sobre todo, el gran Pier Candido Decembrio.
Los intelectuales españoles aún continuarían desgranando elogios a Íñigo a lo largo de varias generaciones.
Su linaje desembocó en algunas de las principales casas nobiliarias españolas: su primogénito, Diego Hurtado de Mendoza, fue II marqués de Santillana y I duque del Infantado; Íñigo López de Mendoza fue I conde de Tendilla; Lorenzo Suárez de Figueroa (o de Mendoza) fue conde de Coruña; Pero Lasso de Mendoza fue señor de Mondéjar al casar con Inés Carrillo, señora de Mondéjar; Pedro González de Mendoza fue arzobispo de Toledo, canciller mayor de Castilla y cardenal de Jerusalén, al tiempo que estuvo en el origen del linaje de los marqueses de Cenete; Juan de Mendoza fue señor de Portillo y Atienza; Juan Hurtado de Mendoza fue señor de Colmenar, Cardoso y Fresno de Torote; María de Mendoza casó con Per Afán de Ribera, adelantado de Andalucía; Mencía de Mendoza casó con Pedro Fernández de Velasco, II conde de Haro; Leonor de Mendoza casó con Gastón de la Cerda, IV conde de Medinaceli; por fin, se sabe que Pero Lasso de la Vega falleció en el asedio de Huelma, al igual que Íñigo López de Mendoza.
El marqués de Santillana tuvo una notable cultura; no obstante, nunca llegó a dominar el latín (por supuesto, desconocía el griego), como lo confirman su propio testimonio y el de algunos de sus contemporáneos nacionales y extranjeros (como el librero florentino Vespasiano da Bisticci, en la semblanza que en sus Vite hace del cardenal Pedro González de Mendoza); sin embargo, entendía bien el italiano, el francés, el occitano, el catalán y el gallego. Su magnífica biblioteca, incorporada hoy a la Biblioteca Nacional de España a través de la de sus herederos, duques de Osuna-Infantado, muestra su formación y sus intereses culturales, que también se adivinan a lo largo de su obra en prosa y verso. Sus conocimientos en materia literaria fueron amplios, como se demuestra en el Prohemio e carta que el marqués de Santillana envió al condestable de Portugal, una historia (al tiempo que rotunda defensa) de la poesía desde sus orígenes hasta su propia época. La empresa cultural del marqués fue tan ambiciosa como fructífera, según se desprende de su correspondencia erudita y de sus prólogos, en que aparecen familiares y amigos, como su hijo Pedro González de Mendoza, su sobrino Pedro de Mendoza, su primo Fernán Álvarez de Toledo, la condesa Violante de Prades o el condestable Pedro de Portugal. El marqués contó con la ayuda de algunos de los sabios españoles de la época, que le brindaron apoyo intelectual, caso éste de Enrique de Villena o Alfonso de Cartagena, y que escribieron obras originales y tradujeron títulos en diversas lenguas gracias a su estímulo y apoyo, como Pedro Díaz de Toledo, Diego de Burgos, Antón Zorita, Martín de Ávila o Martín de Lucena. Lo más formidable, no obstante, es que su fama se extendiese por las naciones vecinas y que incluso algunos grandes humanistas italianos llegasen a dedicarle algunas obras, con nombres de la talla de Angelo Decembrio o Pier Candido Decembrio. Tras retratos como el de Hernando del Pulgar en Claros varones de Castilla (1486), la fama del marqués siguió viva a lo largo de los siglos, lo que le valió sucesivas semblanzas y elogios tiempo antes de que, a mediados del siglo XIX, José Amador de los Ríos acometiese la labor de preparar su edición de las Obras completas de don Íñigo López de Mendoza, primer Marqués de Santillana (1852).
A día de hoy, el corpus literario de Íñigo López de Mendoza está compuesto por las siguientes obras poéticas: Serranillas (1429-1440): de cronología muy variada, están estrechamente vinculadas a la biografía de Íñigo. Con apoyo en la forma estrófica más común en los cancioneros cuatrocentistas, la canción con retorno o vuelta, las serranillas narran encuentros amorosos del narrador con pastoras de Guadarrama, el Moncayo, la sierra Prebética o la cordillera Cantábrica. Cantar que fizo el Marqués a sus fijas loando la su fermosura (1444-1445): ligada a las anteriores en contenido y forma, se distingue por la duplicidad de personajes femeninos y su condición real, no imaginaria; además, falta un paisaje concreto. Desde el punto de vista compositivo, destacan la ausencia de diálogo y un absoluto estatismo que, por el primor con que se describen las galas de las jóvenes, cabe tildar de plástico o pictórico.
Villancico que fizo el Marqués de Santillana a tres fijas suyas (1444-1445): quien quiera que sea el autor de esta composición, atribuida al marqués de Santillana en unos testimonios y a Suero de Ribera en otros, lo cierto es que se adelanta a otras de los Siglos de Oro al tomar poemas tradicionales para construir una nueva composición poética.
Canciones y decires líricos (1430-1447): el conjunto de las canciones y decires es de datación prácticamente imposible por cuanto falta en ellas cualquier referencia a la realidad del momento, rasgo determinado por la propia poética de la lírica cortés: todas son quejas amorosas y loores a una dama en un marco abstracto, con sencillez expresiva y de contenidos. En su técnica, la canción y el decir lírico entroncan con el trovadorismo europeo y, particularmente, con la escuela gallego-portuguesa, respecto de la cual los cancioneros castellanos adquieren su primera deuda. Con su característico octosílabo, las canciones recurren a la forma básica de la poesía cancioneril, la estrofa con vuelta que repite la estructura y rimas del inicio o cabeza en un conjunto que nunca va más allá de las tres estrofas. Por lo que respecta a los decires líricos, fueron compuestos en la misma época que sus canciones más logradas. El decir aglutina una variedad de géneros, subgéneros o registros: la consideración o lamentación aparece en poemas como Non es humana la lumbre, Gentil dama, tal paresce, o bien Quando la Fortuna quiso, composición ésta en que por vez primera se aplica la técnica de los opósitos de la poesía trovadoresca en Castilla; además, en esa canción se abren las puertas a un petrarquismo que acabará por imperar en la lírica castellana un siglo más tarde.
Otras formas de la poesía cuatrocentista presentes son los aguilandos y estrenas, que vemos en El aguilando; los loores, como el dirigido a Juana de Urgel; o las epístolas amorosas en verso, que cuentan con un primer representante en las letras castellanas en Carta a una dama. Sonetos (entre 1438 y 1455, los datables): Íñigo fue primero en escribir sonetos “al itálico modo”, casi un siglo antes que Boscán y Garcilaso.
Del conjunto de los sonetos conservados (en número de cuarenta y dos), sólo se cuenta con fecha para el XXXII (Otro soneto qu’el Marqués fizo en loor de la ciudad de Sevilla, quando él fue a ella en el año de çincuenta e çinco); sin embargo, Lapesa ha establecido las fechas de siete composiciones más a través de un estudio de los contenidos: II (1438), V (1439), XIII (1443), XVIII (1444), XXX (1453), XXXI (1453- 1454) y XXXIII (1454-1455). Sus temas son amorosos, histórico-políticos y religioso-morales; de tema singular es el XXXII, en loor de la ciudad de Sevilla, en línea con otras laudes urbis de la poesía cancioneril.
Decires narrativos menores: En mirhospitabera y Por un valle deleitoso son, seguramente, los más madrugadores entre todos los decires narrativos del marqués, como también los más breves y dispares en un conjunto de doce poemas compuestos antes de 1437.
Querella de Amor: al despuntar el día, el poeta oye la queja de amores de un caballero herido por una flecha. Tras preguntarle por sus cuitas, trata de consolarlo, pero el enamorado prefiere morir, según sus últimas palabras, que, como las respuestas previas, son versos de poetas de fama: Macías, un autor anónimo, Macías o Villalobos, Macías, Pedro González de Mendoza, Villasandino o duque de Benavente o arcediano de Toro, y un último poemilla anónimo.
Dezir (“Al tienpo que demostrava”): el poeta, de noche, tiene una visión en que se aparece una dama de nombre desconocido. Ésta ataca al Amor por duro y esquivo con los que bien aman y generoso con “los que aman olvidando”. De unos y otros pone ejemplos clásicos, pero el narrador señala que tiene la misma queja contra Amor por haber bien amado sin alcanzar jamás galardón. La dama, Firmeza, le promete que conseguirá lo que siempre deseó bien amando.
Visión: Firmeza, Lealtad y Castidad son las tres alegorías que encuentra el poeta en una composición que, en su brevedad, embute rasgos propios de los grandes decires narrativos del autor, como la alusión mitológica y la cita de autoridades. A diferencia del resto de las composiciones de su serie, la Visión es sólo un requiebro amoroso, un juego galante.
Planto de la reina Margarida (1430): aquí, el relato amoroso se funde con el lamento fúnebre (los amantes de la Antigüedad se reúnen para llorar a una bellísima dama); por otra parte, el planto se construye con un elemento fundamental, el desfile de figuras, solución que, años más tarde, adoptó de nuevo en la Defunsión. La erudición mitológica es ya de gran importancia, como también el lenguaje poético y el marco de la visión, más complejo que el de los decires narrativos previos.
Coronación de mosén Jordi de Sant Jordi (1430): narra la aparición de Venus y sus doncellas en un sueño del poeta; ante ellas, llegan Homero, Virgilio y Lucano, autores del canon clásico que acompañan a mosén Jordi, para quien piden el laurel de los poetas, que la diosa finalmente otorga. Como indica el marqués, el marco del sueño lo toma de Dante, que parece ser también la fuente directa de la hora mitológica inicial. El poema se dedica a un artista al que probablemente conoció durante su estancia en Cataluña y a quien cita, en su Prohemio e carta, con admiración.
Triunphete de Amor (antes de 1428): el narrador, de caza, encuentra junto a una fuente a dos pajes ricamente ataviados que anuncian el paso del cortejo de Cupido y Venus, precedidos por varones y mujeres de la Antigüedad, junto a algún que otro héroe medieval. El modelo son los Trionfi de Petrarca, que brindan los personajes de la comitiva de los dioses del amor y el plan general de la obra. Destaca el uso abundante de cultismos que continuará en todos los decires narrativos posteriores. Sueño (c. 1428): la diversidad en las fuentes (Lucano, Petrarca y Guido de Colonna, entre otras), la erudición y el uso de cultismos caracterizan este decir narrativo de materia amorosa.
Infierno de los enamorados (posterior a 1428): de acuerdo con Lapesa (1954: 125), “el Infierno de los enamorados es la antítesis del Sueño”. El diseño del Infierno toma como punto de partida el de la Divina Commedia: extravío del poeta, que es atacado por un animal monstruoso, y encuentro con Hipólito, segundo Virgilio, que le acompaña en un viaje al infierno de los enamorados como el que hiciera Dante. Sin embargo, frente a la patente heterogeneidad del Sueño, el Infierno presenta una marcada unidad y estructura, elementos que le confiere el modelo dantesco del que parte.
Defunsión de don Enrique de Villena (posterior a 1434): este poema está escrito en un verso —el dodecasílabo— y en un estilo elevados. El poema se ajusta al modelo general de la elegía, aunque no hay en él una consolación cristiana, como es habitual en este género: don Enrique pasa directamente al Parnaso, en compañía de las Musas. La composición acaba con una protesta del poeta contra la furia y crueldad de Átropos, la terrible tercera parca; justo en ese punto, acaba el sueño en que se envuelve la composición.
Comedieta de Ponça (1435-1436): el 5 de agosto de 1435, la flota de Alfonso V el Magnánimo fue derrotada por los genoveses en un combate naval cerca de la isla de Ponza. Alfonso y sus hermanos —Juan, rey de Navarra, y Enrique, maestre de Santiago— fueron apresados y trasladados a Milán. Cuando el marqués tuvo noticia, comenzó a escribir su Comedieta, como recuerda en la Carta a doña Violante de Prades, fechada el 4 de mayo de 1443; otros datos históricos mencionados en el poema ayudan a precisar la fecha de composición entre finales de 1435 y principios de 1436. En la Carta, el marqués propone una teoría de los tres estilos o géneros de origen italiano que adquiere gran vigor en la Castilla del Cuatrocientos; gracias a ella, se puede entender de modo adecuado que el poema se titule Comedieta (“comedia es dicha aquella cuyos comienços son trabajosos e tristes e después el medio e fin de sus días alegre, gozoso e bienaventurado”). Este gran poema a la Fortuna es, al mismo tiempo, una obra de tono patriótico que exalta la común empresa de “la gente de España” contra los italianos y ensalza a la casa real de Aragón, que acabará por triunfar a pesar del revés sufrido. La Comedieta es el mejor ejemplo del estilo culto y latinizante del marqués, con un léxico engalanado por cultismos y otros términos importados del italiano, francés o catalán, una sintaxis que en ocasiones resulta marcadamente latina y una retórica muy cuidada, en la que destaca el uso del hipérbaton, que tiene su mejor aliado en la compleja estructura rítmico-acentual del arte mayor castellano.
Dezir contra los aragoneses (1429): éste es uno de los poemas políticos de fecha más temprana, pues fue compuesto en 1429, cuando el marqués estaba de frontero en Ágreda. Es una justa más, esta vez de tipo poético, dirimida entre ambos bandos y obtuvo respuesta de parte de los aragoneses en otra composición del conocido poeta Juan de Dueñas.
Pregunta de nobles (anterior a 1436): plantea aquí el marqués el problema de la caducidad de la vida y los frutos del hombre, en línea con una larga nómina de poetas de cancionero; para ello, se sirve del solemne verso del arte mayor, de una retórica que tiene su punto fuerte en el Ubi sunt? y en la anáfora y la enumeración.
Proverbios o Centiloquio (1437): redactados por encargo de Juan II para instrucción del príncipe Enrique, este ramillete de sentencias sigue el modelo de otras colecciones de consejas, en prosa o verso y bajo diferentes formatos, para formación de jóvenes nobles. Su fuente está en la Biblia, Tito Livio, Valerio Máximo, Lucano, san Agustín o Boccaccio. Sobre los hechos más notables de algunos de los varones citados versan las glosas al texto, escritas por el marqués y por Pedro Díaz de Toledo, intelectual a su servicio y hombre de total confianza. Los códices suelen incluir, junto a las glosas del propio marqués, las que posteriormente añadió Pedro Díaz de Toledo.
Coplas al rey don Alfonso de Portugal (1447): la composición está constituida por un breve elogio, varias alusiones al modelo de la ley divina por el que debe regirse y unas desiderata próximas a las virtudes enumeradas en los Proverbios. Los deseos y consejos del marqués sólo adquieren sentido si se remiten al momento preciso de la coronación del rey Alfonso, como la crítica ha venido señalando.
Bías contra Fortuna (1448): el marqués escribió este poema para consolar a su primo, el conde de Alba, el mismo año en que cayó preso por orden de Álvaro de Luna. En sus versos, compuestos a modo de debate, defiende la idea de que la confianza en la virtud es la actitud más conveniente ante las adversidades. En ese sentido, la presencia de Fortuna sirve sólo para magnificar la figura de Bías y defender su actitud estoica. El marqués, al trazar su semblanza, partió de la vida legendaria de este sabio griego del De vita et moribus philosophorum de Walter Burley, autor británico del siglo XIV traducido al castellano en el siglo XV; de hecho, siguió a pie juntillas esa fuente en el Prohemio al Bías. En el poema, se manifiestan con claridad las tendencias latinizante y arcaizante.
Favor de Hércules contra Fortuna (anterior a 1453): es el primero de los poemas contra el condestable de Castilla, Álvaro de Luna, y corresponde a un momento de máxima tensión, aunque las referencias al condestable son encubiertas y no explícitas; de todos modos, la ausencia del nombre del condestable parece deberse, fundamentalmente, a condicionantes poéticos, al construirse el poema a modo de visión premonitoria.
Coplas contra don Álvaro de Luna (anterior a 1453): poema en el que se destila una innegable crueldad que se une a una inmensa alegría por la caída del condestable; en realidad, el tono virulento de las Coplas sólo se suaviza al llegar a la figura de don Álvaro. Más de un crítico ha llegado a dudar de la autoría de Íñigo, que ofrece el único testigo de la obra, el Cancionero de Oñate-Castañeda de la Universidad de Harvard.
Doctrinal de privados (1453): las Coplas no fueron la primera versión del Doctrinal, como ha dejado claro Lapesa; de hecho, sólo hay una innegable relación derivada de tratar el mismo asunto: la caída del condestable de Castilla. Los ataques son de una dureza llamativa, verdaderamente inmisericordes en la autoinculpación de Álvaro (recuérdese el subtítulo del poema: “fecha a la muerte del Maestre de Sanctiago, don Álvaro de Luna, donde se introduçe el autor, fablando en nonbre del Maestre”). En su conjunto, el Doctrinal se presenta como un espejo para validos, aunque su razón de ser última es muy distinta, pues, como se sabe, se trata de un canto de victoria de Íñigo sobre su principal enemigo.
Canonización de Vicente Ferrer y Pedro de Villacreces (1455): el poema no difiere del resto de las visiones de otros decires narrativos de Íñigo. En esta ocasión, la situación de sueño o duermevela se trueca en un arrebato divino y los personajes clásicos, los hombres y los animales reales o irreales se ofrecen a modo de coros de ángeles, santos y otras criaturas celestiales. De éstos, salen san Francisco de Asís y santo Domingo de Guzmán para pedir la canonización de dos miembros de sus respectivas órdenes, el reformador franciscano Pedro de Villacreces y el célebre predicador Vicente Ferrer, con asentimiento por parte del arcángel san Gabriel.
Gozos (1455): como antes hicieran Gonzalo de Berceo, Alfonso X, Juan Ruiz o el anónimo traductor de la versión latina en tetrásticos monorrimos, el marqués apuesta por este tema religioso y ofrece el número de doce gozos.
Coplas a Nuestra Señora de Guadalupe (anterior a 1455): “El Marqués de Santillana a Nuestra Señora de Guadalupe, quando fue a romería en el año de çinqüenta e çinco”, dice la rúbrica del cancionero salmantino que transmite la obra del poeta. Las Coplas están cuajadas de bellas metáforas de la Virgen procedentes de la tradición bíblica o litúrgica en su mayoría y suponen una muestra rotunda de la devoción mariana del marqués.
Poemas atribuidos: Hay otros poemas de atribución dudosa o errónea con distinto grado de apoyo en sus respectivas tradiciones textuales.
Por lo que se refiere a su obra en prosa, los títulos que han llegado hasta la actualidad son los siguientes: Lamentaçión de Spaña (¿1429? o después de 1445): atribuido al marqués de Santillana en el único testigo textual que la conserva, es un ejercicio retórico en consonancia con otros vaticinios catastrofistas del siglo XV; como en ellos, se percibe la obsesión por una posible segunda destrucción de España, un temor derivado de una nueva invasión sarracena motivada por la debilidad progresiva de los reinos peninsulares a causa de las continuas guerras, civiles o no.
Qüestión fecha al muy sabio e noble perlado don Alonso de Cartagena (1444): la carta que Íñigo envió al sabio obispo de Burgos buscaba aclarar dudas relativas a la caballería medieval derivadas de la lectura del De militia del humanista italiano Leonardo Bruni. Si la misiva lleva data de 15 de enero, la respuesta del prelado la tiene de 17 de marzo y constituye un pequeño tratado sobre la materia, que gozó de una notable fortuna, dada su rica tradición textual.
Proemio al Bías contra Fortuna (1448): carta-proemio que une un elogio al conde de Alba, su primo, al tiempo que una semblanza de Bías que el marqués toma del De vita et moribus philosophorum de Walter Burley.
Proemio a los Proverbios (1437): el prólogo al Centiloquio consta de una defensa de la lectura, y una explicación del sentido y forma de la obra enviada al príncipe Enrique; en él, se incorpora la famosa frase: “La sçiençia non enbota el fierro de la lança ni faze floxa la espada en la mano del caballero”.
Carta a doña Violante de Prades, condesa de Módica (1443 o 1444): epístola a esta noble dama con la que Íñigo le remitió un cancionero con los Sonetos, los Proverbios y la Comedieta; en ella, se dan claves sobre el título y el género de la obra, como queda dicho arriba.
Prohemio e carta qu’el Marqués de Santillana enbió al Condestable de Portugal con las obras suyas (c. 1449): importantísimo opúsculo literario en que el marqués traza una historia y defensa de la poesía desde sus orígenes hasta su tiempo, a la vez que monta toda una laus familiar. Por medio de una cuidada estructura epistolar, un estilo y una retórica muy limados y un ideario fundamentado en sus muchas lecturas, el marqués persigue convencer al joven condestable de las múltiples bondades que encierra el ejercicio poético.
Carta del Marqués a su hijo Pedro González de Mendoza (antes de 1452): la epístola, escrita a su hijo “quando estava estudiando en Salamanca”, le sirve para encargarle la traducción.
Carta a Pedro de Mendoza, señor de Almazán (entre 1453 y 1455): en su epístola, Íñigo López de Mendoza hace una encendida defensa de la lectura en general y del Séneca moralista en particular, con alusión concreta a las Epístolas a Lucilio.
Por su parte, Refranes que dizen las viejas tras el fuego, de atribución harto dudosa, es una colección de paremias recogida por pliegos sueltos del siglo XVI que indican lo siguiente: “Íñigo López de Mendoça, a ruego del rey don Juan, ordenó estos refranes que dizen las viejas tras el fuego, e van ordenados por el a. b. c.”.
Finalmente, obras en prosa atribuidas: algunas son claramente erróneas, como el Doctrinal de caballeros, debido con toda seguridad a Alfonso de Cartagena; de otras no hay ninguna noticia, como la Carta a don Fadrique de Castilla sobre el origen de la poesía y sus partes principales o el Tratado genealógico o compendio de los antiguos linajes del reino.
Triunphete de Amor, anterior a 1428; Sueño, c. 1428; Dezir contra los aragoneses, 1429; Lamentaçión de Spaña, ¿1429? o después de 1445; Serranillas, 1429-1440; Planto de la reina Margarida, 1430; Coronación de mosén Jordi de Sant Jordi, 1430; Canciones y decires líricos, 1430-1447; Comedieta de Ponça, 1435-1436; Defunsión de don Enrique de Villena, posterior a 1434; Pregunta de nobles, anterior a 1436; Proverbios, 1437; Carta a doña Violante de Prades, 1443 o 1444; Qüestión fecha al muy sabio e noble perlado don Alonso de Cartagena, 1444; Cantar que fizo el Marqués a sus fijas loando la su fermosura, 1444-1445; Villancico que fizo el Marqués de Santillana a tres fijas suyas, 1444-1445; Sonetos, entre 1438 y 1455, los datables; Coplas al rey don Alfonso de Portugal, 1447; Bías contra Fortuna, 1448; Prohemio e carta qu’el Marqués de Santillana enbió al Condestable de Portugal con las obras suyas, c. 1449 (El ‘Prohemio e carta’ del Marqués de Santillana y la teoría literaria del siglo XV, ed. de A. Gómez Moreno, Barcelona, PPU, 1990); Carta del Marqués a su hijo Pedro González de Mendoza, anterior a 1452; Favor de Hércules contra Fortuna, anterior a 1453; Coplas contra don Álvaro de Luna, anterior a 1453; Doctrinal de privados, 1453; Carta a Pedro de Mendoza, señor de Almazán, entre 1453 y 1455; Canonización de Vicente Ferrer y Pedro de Villacreces, 1455; Coplas a Nuestra Señora de Guadalupe, anteriores a 1455; Obras de Don Iñigo López de Mendoza, Marqués de Santillana, ahora por vez primera compiladas de los códices originales, é ilustradas con la vida del autor, notas y comentarios por J. Amador de los Ríos, Madrid, Imprenta de la calle de S. Vicente baja, a cargo de José Rodríguez, 1852 (Obras completas, ed. de Á. Gómez Moreno y M. P. A. M. Kerkhof, Barcelona, Planeta, 1988 y Madrid, 2003); Poesías completas, ed. de M. A. Pérez Priego, Madrid, Alhambra, 1983 y 1991 (ed. de Á. Gómez Moreno y M. P. A. M. Kerkhof, Madrid, Castalia, 2003); Refranes que dizen las viejas tras el fuego, ed. de H. O. Bizarri, Kassel, 1995; Comedieta de Ponza, sonetos, serranillas y otras obras, ed. de. R. Rohland de Langbehn, con un est. prelim. de V. Beltrán, Barcelona, Crítica, 1997.
M. Schiff, La bibliothèque du Marquis de Santillane: étude historique et bibliographique de la collection de livres manuscrits de Don Íñigo López de Mendoza, 1398-1458, Marqués de Santillana [...], Paris, 1905 (reimpr. Amsterdam, Gérard Th. van Heusden, 1970); F. Layna Serrano, Historia de Guadalajara y sus Mendozas en los siglos XV y XVI, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Instituto Jerónimo Zurita, 1942; R. Lapesa, La obra literaria del marqués de Santillana, Madrid, Ínsula, 1957; D. W. Foster, The Marqués de Santillana, New York, Twayne Publ., 1971; R. Pérez-Bustamante, Íñigo López de Mendoza, Marqués de Santillana (1398-1458), Santillana del Mar, Fundación Santillana, 1981; El Marqués de Santillana. Biografía y documentación, Madrid, Taurus, 1983; L. Rubio García, Documentos sobre el Marqués de Santillana, Murcia, Universidad, Departamento de Filología Románica, 1983; J. Weiss, The Poet’s Art. Literary Theory in Castile c. 1400-60, Oxford, The Society for Mediaeval Languages and Literature, 1990.