Castilla y Aragón, Isabel (de)

La princesa Isabel nació en el palacio de Pedro de Acuña, señor de Dueñas, y fue bautizada en la iglesia parroquial de la villa. A mediados de abril de 1476, los procuradores de las Cortes de Madrigal de las Altas Torres juraron a Isabel heredera del reino de Castilla. En un principio,  la residencia de la princesa se estableció en el Alcázar de Segovia, bajo la custodia del mayordomo real  Andrés de Cabrera. Tras el nacimiento de su hermano, el príncipe Juan (30 de junio de 1478), Isabel quedó relegada a un segundo plano en la línea sucesoria. De su formación se encargó el fraile dominico Pedro de Ampudia, consistente principalmente en el aprendizaje del latín y la lectura de la Biblia, de textos litúrgicos y de obras clásicas.

En abril de 1490, Sevilla fue el magnífico escenario de los esponsales de la princesa con don Alfonso, hijo de Juan II y heredero de la corona de Portugal. La boda efectiva tendría lugar algo más tarde en la ciudad portuguesa de Estremoz (3 de noviembre de 1490). El matrimonio apenas duró ocho meses pues el heredero portugués murió poco después a consecuencia de una grave caída de caballo (12 de julio de 1491). Su viuda regresó a Castilla y se instaló en Sevilla, donde vivió intensamente su religiosidad, incluso pretendió ser monja aunque sus padres le negaron el permiso y colaboró con ellos en algunos asuntos políticos. En el ánimo de los portugueses había dejado un grato recuerdo, por su bondad y belleza, muy especialmente en su cuñado Manuel. Durante unos años la princesa Isabel se mostró reacia a contraer un nuevo matrimonio, cosa que hizo finalmente el 30 de septiembre de 1497 al casarse en Valencia de Alcántara con su cuñado Manuel I, ya rey de Portugal, al que previamente había obligado a expulsar a los judíos de Portugal.

La muerte ese mismo año del infante don Juan, hermano de Isabel, hizo recaer sobre ésta los derechos sucesorios en Castilla y  Aragón. Si el segundo matrimonio de Isabel tenía un hijo sería heredero de Castilla, Aragón y Portugal. Y  así sucedió en el Palacio de la Aljafería de Zaragoza, donde residían los reyes. El alumbramiento se produjo el 24 de agosto de 1498 y, efectivamente, nació un niño, al que se puso el nombre de Miguel. Desgraciadamente, ese mismo día falleció la madre de sobreparto y dos años más tarde falleció también su hijo Miguel, que habría podido reinar sobre las tres coronas ibéricas y hacer realidad el gran proyecto de unidad peninsular abocetado por los Reyes Católicos. Isabel fue enterrada en el monasterio de Santa Isabel de los Reyes (Toledo).

La princesa Isabel, de singular belleza y bondad, siempre contó con la predilección de su madre, a quien se parecía en el carácter, gustos y actividades. De gran inteligencia, ayudó siempre a sus padres en los asuntos de Estado que requiriesen. Mantuvo siempre una fuerte convicción religiosa y tras quedarse viuda pretendió consagrarse totalmente a la castidad, el ayuno y la oración e incluso trató de ser monja, aunque no obtuvo para ello el necesario permiso de sus padres. Cuando Manuel I solicitó su mano para casarse, Isabel puso como condición previa la expulsión de los judíos de Portugal, como así se hizo (11 de agosto de 1497), obligando a recibir el bautismo a los que se quedasen pues no estaba dispuesta a reinar sobre la población judía.