Retrato de José María Casado del Alisal por el pintor Asterio Mañanos
Retrato de José María Casado del Alisal por el pintor Asterio Mañanos
Tomado de Francisco José Portela Sandoval en el Diccionario de la Real Academia de la Historia
José María Casado del Alisal nace en 1831, en Villada (Palencia) y fallece en Madrid en 1886. Fue un pintor español. Era hermano del empresario hispanoargentino Carlos Casado del Alisal.
Nacido en una familia de clase media, pasó a la capital palentina para realizar sus primeros estudios y, al tiempo, iniciar su formación artística en la Escuela Municipal de Dibujo, donde fue alumno de Justo María de Velasco, discípulo de Vicente López, quien animó a sus padres para que lo enviasen a estudiar a Madrid.
En 1850 ingresó en la Escuela Especial de Pintura, Escultura y Grabado, en la que fue discípulo, entre otros, de Federico de Madrazo, cuyo estudio frecuentó desde entonces. Más tarde, opositó a la pensión de Roma, que obtuvo por unanimidad del jurado en 1855; de ese período es el lienzo La resurrección de Lázaro (Museo de la Real Academia de Bellas Artes, Madrid). En la Ciudad Eterna estudió a los grandes maestros renacentistas y barrocos y estableció contacto con artistas coetáneos de otros países, aprovechando además la ocasión para viajar a Nápoles, Milán y Venecia. Obligado por el reglamento a remitir trabajos artísticos periódicamente, en la Exposición Nacional de Bellas Artes de 1858 presentó La muerte de Bernardo del Carpio (Museo de Palma de Mallorca), cuadro de tema histórico con buena composición y acertado colorido, que fue merecedor de una mención honorífica. Al certamen nacional de 1860 remitió varias obras: Un prisionero (también denominada Hombre encadenado), que le permitió lucir su apretado dibujo y su profundo conocimiento anatómico; y Semíramis en el infierno del Dante, de semejantes características, las dos con el oscuro fondo usual en sus primeras creaciones. Ambos cuadros se conservan en la Facultad de Bellas Artes de la Universidad Complutense de Madrid, y existe una réplica del segundo en el Palacio Real madrileño. Igualmente presentó en la exposición un asunto histórico muy al gusto de la época: Los últimos momentos de Fernando IV el Emplazado, cuadro asimismo conocido como Los Carvajales (Museo del Prado, depositado en el Senado, Madrid), que fue galardonado con una Primera Medalla en razón de los buenos estudios anatómicos y de la riqueza cromática, muy en la línea de Federico de Madrazo.
Prorrogada la pensión, viajó a París y pudo relacionarse con los ambientes artísticos franceses, aprovechando la ocasión para realizar en 1861 un grandioso lienzo para decorar el Salón de Sesiones del madrileño Congreso de los Diputados: El juramento de las Cortes de Cádiz de 1810, en el que acometió una difícil composición con numerosos personajes, algunos con forzadas actitudes evidentemente inspiradas en obras del francés David. Condecorado por las Cortes con la encomienda de la Orden de Isabel la Católica, se animó a presentar el cuadro en la Exposición Nacional de 1862, a condición de que no se le concediera recompensa alguna, pues se sentía ampliamente gratificado al haber recibido el encargo de la alta institución.
En 1864, terminada su etapa de pensionado y ya afincado en Madrid, mantuvo estrecho contacto con conocidos personajes de la cultura del momento, como los hermanos Gustavo Adolfo y Valeriano Domínguez Bécquer. En ese mismo año volvió a enviar varias obras a la Exposición Nacional, entre las que, además del Retrato de una dama francesa (Museo del Prado, Madrid), se incluía un lienzo de asunto histórico que, con el tiempo, ha permanecido vinculado a su nombre de modo indisoluble: La rendición de Bailén (Museo del Prado, Madrid). El cuadro, de grandes dimensiones, que consiguió una Primera Medalla, había sido ejecutado en París bajo la influencia de los pintores franceses y muestra excelente técnica y acertado cromatismo, junto a la inspiración de su esquema compositivo en Las lanzas de Velázquez, de quien es, asimismo, deudor por el paisaje de fondo.
La obra conoció extraordinario éxito de público y crítica, y fue adquirida por la reina Isabel II, que distinguió al artista con el título de pintor honorario de Cámara.
En el ejercicio de tal condición, el 20 de febrero de 1865 firmó un retrato de Isabel II (Palacio Real de Madrid; boceto, en el Palacio Real de Aranjuez), en el que la soberana parece subir la escalera de un palacio ataviada con suntuoso traje de corte y luciendo un soberbio aderezo de esmeraldas. De la misma época son algunos retratos de la misma soberana con su hijo y heredero, el príncipe Alfonso (1864; Universidad de Valladolid) y otros de pequeño formato (Palacio Real de Aranjuez).
Nombrado profesor de la Escuela Superior de Pintura en 1865, continuó su actividad en 1866 con varios retratos destinados al Congreso de los Diputados (Antonio Alcalá Galiano, Joaquín María López, Juan Donoso Cortés). También participó en la Exposición Nacional de 1867, remitiendo, además del retrato de Isabel II, otro lienzo de tema histórico: Los dos caudillos o El Gran Capitán encontrando al día siguiente de la batalla de Ceriñola el cadáver de su enemigo el duque de Nemours (Museo del Prado, depositado en el Senado, Madrid), que, aunque sólo mereció una consideración de Primera Medalla, fue adquirido por el Estado. El cuadro presenta varios desnudos académicos y algunos caballos de recuerdo velazqueño, de los que se conservan varios estudios previos que testimonian la cuidada elaboración con que el artista ejecutaba sus obras.
En los años siguientes, a la vez que continuaba con sus tareas docentes, cultivó la pintura de género (Responso en el interior de una capilla, colección particular, Madrid) y el retrato, aunque sin olvidar la temática histórica que tantos éxitos le había proporcionado.
Testigo directo de los acontecimientos políticos de 1868 en Madrid, los reflejó en una interesante escena de la Puerta del Sol madrileña (Ayuntamiento de Villada, Palencia). Consta que en 1871 trabajaba en otro lienzo de grandes dimensiones que representaba La jura de la Constitución ante las Cortes Españolas por el rey Amadeo I de Saboya, encargado por el Monarca y del que sólo se conoce un boceto a la acuarela (Diputación Provincial, Palencia); además, por entonces realizó un buen retrato del mismo Rey (1871; colección particular, Valencia). Poco después, en 1872, le fueron encargados los retratos de Alejandro Mon y del general Espartero para la galería de presidentes del Congreso de los Diputados; del segundo, en el Museo Romántico de Madrid se conserva un boceto que muestra mayor espontaneidad que la versión definitiva.
Cuando, en 1873, el Gobierno de la Primera República creó la Academia Española de Bellas Artes en Roma y su dirección fue encomendada inicialmente al pintor Eduardo Rosales, que falleció poco tiempo después sin haber llegado a incorporarse al puesto, Casado fue designado para sustituirle, pasando a ser, de hecho, desde el 1 de febrero de 1874, el primer director de la institución recién fundada. Como tal propuso varias reformas del reglamento y se encargó de la selección de los becarios y la ubicación de la institución en la actual sede de San Pietro in Montorio, aunque la consideraba un tanto inconveniente por estar alejada del centro urbano. A través de los preceptivos informes que fue remitiendo al Ministerio de Estado es posible conocer cómo era la vida de los pensionados en la Academia (Haes, Ferrant, Pradilla, Vera, Moreno Carbonero, Muñoz Degrain, Bellver, Amador de los Ríos, Aníbal Álvarez, Chapí, etc.) y en qué obras estaban trabajando.
A la vez que ejercía la dirección, continuó pintando en los momentos libres y, en una exposición organizada en Roma por el Círculo Artístico Internacional en 1875, presentó dos lienzos que fueron elogiosamente recibidos por la crítica; uno de ellos era el conocido como La Tirana, Una maja o La torera (Museo del Prado, depositado en el Ministerio de Medio Ambiente), que refleja la orientación que seguía en el campo del retrato femenino con obras de vibrante colorido, aunque de cierto recargamiento ornamental en la línea de Fortuny, Palmaroli, etc. Esa misma estética tuvo continuidad en pinturas como Señora con mantilla blanca y Dama con abanico (ambas en el Museo del Prado) y en Zaida, la favorita o La odalisca (Palacio Real de Madrid).
Pasado el tiempo, y aunque ya era todo un artista maduro y consagrado, fue, sin embargo, capaz de evolucionar hacia un estilo menos vinculado con el academicismo anterior, decantándose más por el estudio del modelo vivo sin prejuicios ni preocupaciones, a la vez que modificaba su factura hacia “el brochazo y la mancha”, como él mismo explicaba.
Con motivo de la inauguración del nuevo edificio de la Academia en 1881, concluyó el amplio cuadro titulado La leyenda del Rey Monje (Museo del Prado, depositado en el Ayuntamiento de Huesca), en el que venía trabajando desde dos años antes. Por medio de los bocetos conservados en el Senado madrileño y en la Diputación Provincial de Palencia, es posible apreciar, una vez más, la paciente elaboración de sus obras históricas; una réplica del original, pintado en Roma a mitad de tamaño, se conserva en una colección particular argentina. El cuadro, más conocido como La campana de Huesca, representa el famoso episodio protagonizado en 1135 por Ramiro II de Aragón, fue bien recibido por la crítica en cuanto a la composición, pero no tanto en lo relativo a la falsa entonación, cuando mejor hubiera sido un acusado claroscuro. Pintor y admiradores estaban convencidos de que el lienzo alcanzaría la Medalla de Honor en el certamen nacional de Bellas Artes de 1881, mas, al no obtener recompensa alguna, en buena medida por razones no artísticas, el artista, cuya salud ya estaba resentida, decidió presentar su irrevocable dimisión como director de la Academia, al tiempo que sus admiradores iniciaba una suscripción nacional para obsequiarle con una corona de oro y hasta el propio Gobierno quiso sumarse al desagravio con la concesión de la Gran Cruz de la Orden de Isabel la Católica; además, Emilio Castelar solicitó en las Cortes que el Estado adquiriese la pintura, como así se hizo poco después. Paliativos del disgusto motivado en el artista por la no concesión de lo que podría haber significado la consagración oficial de toda su obra fueron las medallas del Estado y de Oro que el cuadro alcanzó, después, y respectivamente, en las exposiciones celebradas en Viena (1882) y Múnich (1883).
Reanudadas sus tareas docentes, ahora en la Escuela de Artes y Oficios de Madrid, a igual época corresponden varias pinturas de diversa temática, como Flora (colección particular, Madrid y Málaga), de rico colorido; algunos cuadros de interior y diferentes retratos, entre los que sobresalen los de Libosia Galindo (Diputación Provincial, Palencia), el general Blanco Erenas (Museo San Telmo, San Sebastián); Moreno Nieto, Mesonero Romanos y el marqués de Molíns (1882; Ateneo, Madrid); Cánovas del Castillo (Real Academia de la Historia, Madrid), Sagasta (1884; Congreso de los Diputados, Madrid), Víctor Balaguer (1885; Museo Balaguer, Vilanova i La Geltrú, Barcelona), así como uno excelente del rey Alfonso XII (1884, Palacio Real de Madrid). Por entonces, a pesar de su frágil salud, realizó un viaje a la República Argentina para visitar a su hermano Carlos, convertido en triunfador empresario, lo que explica la reciente aparición de varias obras del pintor en aquella nación.
Por los mismos años, siendo presidente del Círculo de Bellas Artes (1883-1884) y vicepresidente de la Asociación de Escritores y Artistas, fue elegido miembro de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando.
En el discurso de ingreso (15 de noviembre de 1885), dedicado a La pintura moderna española y sus actuales pintores, elogió a los artistas que entonces trabajaban en París (Raimundo de Madrazo, Martín Rico, Jiménez Aranda y Antonio Gisbert —con quien la crítica le atribuía una inexistente animosidad, tildando a Casado de conservador y al alicantino, de liberal— y lo mismo respecto a los que lo hacían en Roma (Pradilla, Palmaroli o Moreno Carbonero), sin olvidar a los que permanecían en Madrid (Muñoz Degrain, Casto Plasencia o Alejo Vera, entre otros).
También en 1883 fue invitado a participar en el ornato de la basílica madrileña de San Francisco el Grande, que el gobierno Cánovas deseaba convertir en Templo Nacional. Para ello se le encomendó un gran mural que, con La aparición de Santiago en Clavijo, presidiría la capilla de las Órdenes Militares; realizado directamente sobre el muro en 1885, el cuadro, que está centrado por una ecuestre figura del apóstol que pone en fuga a las despavoridas huestes musulmanas, fue también objeto de numerosos apuntes previos, varios de ellos conservados en la Diputación de Palencia, ciudad a la que acudió con frecuencia en el período final de su vida, buscando mitigar sus dolencias en contacto con familiares y amigos.
Para la misma capilla compuso otro mural de asunto histórico, La confirmación de la Orden de Santiago por el Papa Alejandro III en 1175, cuya ejecución final tuvo que ser realizada por su discípulo Manuel Ramírez, dada la enfermedad del artista. Poco después le sorprendió la muerte cuando estaba trabajando en una Apoteosis de Shakespeare, que le había encargado el norteamericano Wanderbill y para la que, a tenor de los dibujos conocidos, se inspiraba en la alegoría de Hamlet.
Los últimos momentos de Fernando IV, 1860; El juramento de las Cortes de Cádiz de 1810, 1861; La rendición de Bailén, 1864; Retrato de la reina Isabel II, 1865; Los dos caudillos, 1867; La jura de la Constitución por Amadeo de Saboya, 1871; La Tirana, 1875; La campana de Huesca, 1881; Retrato de Cánovas, 1884; Retrato de Sagasta, 1885; Retrato del rey Alfonso XII, 1884; La aparición de Santiago en Clavijo, 1885.
Escritos: Discursos leídos ante la R. Academia de Bellas Artes [...], Madrid, Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, 1885.
R. Becerro de Bengoa, “El estudio del gran pintor Casado”, en Revista Contemporánea, t. LXIV, vol. IV (1886) (reed. Palencia, Diputación Provincial, 1986); F. Portela Sandoval, Casado del Alisal. 1831-1886, Palencia, Diputación Provincial, 1986.